Estos días de atrás todos hemos celebrado la
venida de Jesús al mundo, pero quizá deberíamos pararnos un poco a reflexionar
sobre lo que significa la Navidad. Es el momento en que Jesús se hace hombre. Y
esto es básico si queremos humanizar el mundo.
Es urgente hacerlo. La personalidad de Jesús como
hombre, su mensaje, no deja a nadie indiferente. En cada civilización, en
cada pueblo es visto de forma distinta. Para unos en el Libertador, para otros
es la ternura, para otros el que sufre por los demás. Jesús se reencarna en
cada lugar de forma distinta según las necesidades del momento. Por eso decimos
que sigue vivo en nosotros y en nuestro tiempo.
Decía el teólogo José Mª Díez-Alegría (ya
fallecido): “Finalmente pienso que la
Iglesia católica en su conjunto ha traicionado a Jesús. Esta Iglesia no es lo
que Jesús quiso sino lo que han querido a lo largo de la historia los poderosos
del mundo”.
Todos los que nos sentimos iglesia tenemos la
responsabilidad de devolver al mundo al Jesús auténtico, el que se hizo hombre
para enseñarnos qué es ser persona. ¿Y quién es este hombre que ha revolucionado
tantos siglos y a tantas personas?
Jesús ha
venido para invitar a su mesa a los publicanos, a los pecadores, a los
marginados. Es el que llama a los pecadores a estar a su lado. Dios es así, el padre que abre la puerta de
la casa al hijo pródigo, el que se alegra cuando encuentra la oveja perdida. Es
el que nos enseña el amor discreto, cercano, tierno, que entiende nuestra
debilidades y nos perdona. Por eso estamos enamorados de Él.
“¡Creemos en Jesucristo y lo amamos! Y os
queremos a vosotros porque lo lleváis dentro.
Un abrazo
Huellas
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