18 Así nació Jesús el Mesías:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó
que esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
19 Su esposo, José, que era
hombre justo y no quería infamarla, decidió repudiarla en secreto. 20 Pero,
apenas tomó esta resolución, se le apareció en sueños el ángel del Señor, que
le dijo:
- José, hijo de David, no tengas
reparo en llevarte contigo a María, tu mujer, porque la criatura que lleva en
su seno viene del Espíritu Santo. 21 Dará a luz un hijo, y le pondrás de nombre
Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
22 Esto sucedió para que se
cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: 23 Mirad: la virgen
concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel (Is 7,14) (que
significa «Dios con nosotros»).
24 Cuando se despertó José, hizo
lo que le había dicho el ángel del Señor y se llevó a su mujer a su casa.
El evangelio de este domingo
es un sueño hecho realidad. Estamos desorientados, no sabemos por dónde tirar y
viene Dios a llevarnos de la mano. Lo anecdótico es el cómo ocurrió. Lo importante
es que ocurrió. ¿Y por qué sabemos que ocurrió? Porque lo tenemos impreso en
nosotros mismos. No tratamos de convencer a nadie de que es así porque
cada uno ha de llegar a entenderlo a su momento. Dios es de todos y por tanto a todos
nos da la posibilidad de encontrarlo. Cada uno a su ritmo. Por eso, ante a este
evangelio lo mejor es decir “gracias Dios por hacerte hombre; te espero, te amo”.
Cuando somos conscientes de
esto la vida cambia, tiene todo el sentido, pasa a ser una vida plena. Como
dice la canción: ya nada es lo mismo. Feliz cuarto domingo de adviento. A las puertas de la Navidad.
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