Belleza de la naturaleza. Plenitud del Espíritu |
Fiesta de Pentecostés
24 mayo 2015
Evangelio de Juan 20, 19-23
Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo:
—
Paz a vosotros.
Y
diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron
de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
—
Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y
dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
—
Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Era necesaria esta
escenificación del Espíritu Santo. Era necesario que los discípulos sintieran
que Jesús no había desaparecido tras la pasión y muerte. Era necesario vencer
el miedo con la presencia del Espíritu. Era necesario que pudieran entender que
la muerte no es el fin, que Jesús sigue ahí, a través del Espíritu Santo. Es el
mismo Dios. Es como si no hubiera sido bastante la encarnación porque los
discípulos seguían con miedo y sin confianza. Por eso, se representa “pentecostés”,
por eso hoy el evangelio, de una manera explícita, nos recuerda que el Espíritu
Santo está con nosotros. ¿Dónde, cómo, no le veo? Está en ti, está en mi,
dentro de cada persona. No lo busquéis fuera, no os quedéis mirando el cielo.
El Espíritu está dentro de cada uno de nosotros. Cuando lleguemos a aceptar
esto enteramente, nuestra vida se trasformará radicalmente. Entonces
entenderemos que ya está todo, que todo está bien, que vivir es amar, que en
Dios ya ha ocurrido todo, que Dios nos ha elegido, que Él nos ama. Y que eso es
todo. ¿Entonces no cuenta lo que hagamos? Claro que sí, porque ahí nos jugamos
la felicidad. Es nuestra elección: vivir felizmente o vivir como desgraciados. Abramos
los ojos, confiemos en Dios, estamos llenos del Espíritu Santo, no tenemos razones para tener miedo. Tenemos
motivos para sentir el Espíritu. Y ahí está la plenitud. Si abrazamos el Espíritu, seremos felices. Si
nos empeñamos en negarlo, no saldremos de la desgracia.
Con la canción que ponemos a
continuación invocamos al Espíritu más que para que venga, para que nos demos
cuenta que ya está: créetelo, siéntelo, escúchale en el silencio y en la
meditación: te llenará de paz.
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