Para todos los internautas va el
relato del arpista Figueredo, historia que Eduardo Galeano contó en Cartagena
de Indias y que está tomada de la obra “Educando en Valores” del insigne
docente Antonio Pérez Esclarín.
“Ignacio “indio” Figueredo fue
uno de los primeros arpistas del llano adentro, convertido en leyenda, digno
ejemplo, maestro de maestros entre músicos y cantadores. Este famoso arpista, a
la edad de los 11 años, comenzó a marcar las primeras notas en un arpa
colombiana.
No había fiesta en el llano ni
baile de joropo sin el arpa mágica del maestro Figueredo. Sus dedos acariciaban
las cuerdas y se prendía la alegría y brotaba incontenido el ancho río de su
música prodigiosa. Se la pasaba de pueblo en pueblo, anunciando y posibilitando
la fiesta. Él, sus mulas y su arpa, por los infinitos caminos del llano. Una
noche tenía que cruzar un morichal espeso y allí lo esperaron los bandidos. Lo
asaltaron, lo golpearon salvajemente hasta dejarlo por muerto y se llevaron las
mulas y el arpa. A la mañana siguiente, pasaron por allí unos arrieros y
encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre. Estaba
vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo
y llegó a balbucear con unos labios entumecidos e hinchados: “Me robaron las
mulas”. Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa,
logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “Me robaron el
arpa”. Al rato y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, empezó a reír.
Era risa profunda y fresca que, inexplicablemente, salía de ese rostro
desollado. Y en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir: “¡Pero no
me robaron la música!”
Que nada ni nadie nos robe la
música.
Pedro Tomás
Navajas
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