Domingo XXIX Tiempo Ordinario
Evangelio de Mateo 22, 15-21
En aquel
tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de
Herodes, y de dijeron:
— Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad;
sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues,
qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo su
mala voluntad, les dijo Jesús:
— ¡Hipócritas!,
¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron
un denario. El les preguntó:
— ¿De quién es
esta cara y esta inscripción?
Le
respondieron:
— Del César.
Entonces les
replicó:
— Pues pagadle
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
¡Qué ingenuo es el
hombre! ¿O es soberbio? Cuando ha querido “pillar” a Jesús con razonamientos
humanos, el hombre ha salido “trasquilado”. El relato de este evangelio es un
ejemplo. Pero hay más ejemplos en el evangelio. Cuando le
preguntan sobre la resurrección, apelando a un planteamiento absurdo (Mc
12,18-27); cuando le presentan a una mujer sorprendida en adulterio exigiendo
su condena (Jn 8,1-11); o cuando le cuestionan la autoridad desde la que actúa
(Mt 21,23-27). Por poner algunos casos. Lo que ocurre es que el hombre no
aprende porque jugar a ser “dios”.
Varias consecuencias
podemos aprender de la actitud de Jesús en este día.
En primer lugar, Dios
no es un “rival” del hombre. Es nuestro Padre. Y lo que hace un Padre es querer
a sus hijos. No vayamos a Él con doble intención. Es absurdo. Porque solo nos
dañamos nosotros. ¡El Padre nos conoce muy bien! ¡No podemos engañarle!
En segundo lugar, vivimos
en la tierra y los bienes que hay en ella y los que producimos son para todos.
No son de unos pocos ni para unos pocos. Todos tenemos derecho a disfrutar de
ellos, para vivir una vida digna, atendidas todas las necesidades materiales.
No hay separación entre lo material y lo espiritual, ambas realidades forman parte del
hombre y no están separadas en él. Son compatibles y necesarias. Por eso hay que dar
al César lo suyo, esto es hay que repartir los bienes para que lleguen para todos, y
hay que dar a Dios lo suyo, esto es la alabanza por habernos creados a su
imagen.
En tercer lugar, si
vivimos así todos seremos hermanos. Porque sabremos repartir los bienes y
seremos conscientes que venimos de Dios, Dios está en nosotros y volvemos a
Dios. Simplemente estamos de camino. Dios y los bienes son de todos y para
todos.
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