«Si te pegan, devuelve la bofetada», dice uno. «¿No ves que
todos roban? −dice otro−, no seas tonto y haz tú lo mismo». «Si no hay que amar
a corazón abierto, que te harán daño», dice un tercero. «Es imposible cambiar
el mundo», alega el cuarto, para justificar que no se puede dedicar la vida a
una causa imposible. Y así prosigue un coro de voces razonables, lógicas, bien
vistas. Pero llega Dios y le da la vuelta a todas esas evidencias. He ahí la
paradoja. El eterno descoloque de Dios, que nos saca de las lógicas en las que
todo encaja, y nos lanza a responder al mal con bien, a vaciarnos, a rompernos
por todos los costados, a esperar contra toda esperanza, a amar de una manera
radical, visceral, generosa y definitiva…
Pastoral sj
El ojo de la aguja
(VII)
Al amor llegué con un grito de seda
y puse las dos mejillas,
el cuerpo y la conciencia.
Nada quedó de mí,
ni siquiera una carta,
ni siquiera un espejo en donde
reconocerme.
Mas aprendí a pasar
por el ojo de la aguja,
es decir a perdonar sinceramente.
A dejar la piel en el alambre,
a dolerme desde los pies
a la cabeza.
Lo perdí todo.
Y cuando entendí que no sabía
defenderme de la gente,
respondí con una bofetada de ternura,
porque yo sé
que sólo los dulces heredarán la
tierra.
Mía Gallegos
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