La teología, que rige el pensamiento de la Iglesia y nos
dice por dónde tienen que ir las decisiones de la Iglesia, es más importante
que el papa, los cardenales, los obispos, los clérigos, los teólogos, los
fieles, las leyes, los ritos, las costumbres y todo lo demás que hay en la
Iglesia. La teología, a fin de cuentas, nos dice a todos lo que Dios quiere y
lo que Dios manda. De forma que el papa (sea el que sea) dice y manda lo que la
teología le indica. Por eso es tan importante la teología.
El problema está, según creo, en que a una cantidad
importante de cristianos no les interesa la teología. Ni, por tanto, saben
mucho de teología. Lo cual es comprensible. Porque la teología, que se suele
enseñar (donde eso se enseña), utiliza una serie de palabras, conceptos y
criterios, que inventaron los griegos de la Antigüedad, pero que, en estos
tiempos, la mayor parte de la gente no sabe ni lo que quiere decir ese
vocabulario, ni para qué sirve.
El centro, el eje, la clave de la teología cristiana
tendría que ser, no el pensamiento de los sabios griegos de la Antigüedad. Y
menos aún, los mitos religiosos anteriores al judaísmo, que en la Biblia los
leemos como “Palabra de Dios”. La teología cristiana debería tener como centro,
eje y clave lo que es el origen y el principio determinante del cristianismo:
aquel humilde artesano galileo, que fue JESÚS DE NAZARET: su forma de vivir, lo
que hizo, lo que dijo, lo que le interesó y le preocupó, lo que vio en él la
gente que le conoció y el “recuerdo peligroso”, que aquel hombre tan singular
nos dejó.
Este “recuerdo peligroso” de Jesús quedó escrito en el
Evangelio, que se resume y se recopila en cuatro colecciones de relatos, los
cuatro evangelios, es decir, la “teología narrativa”, resumen determinante de
toda posible teología que pretenda denominarse “cristiana”. El centro de la
teología cristiana no puede estar fuera del Evangelio. Ni puede ser teología
cristiana si no entraña un “recuerdo peligroso”.
Ahora bien, leyendo y releyendo la teología narrativa, que
nos presenta el Evangelio, lo que, en ese conjunto de relatos se advierte en
seguida, es que las tres grandes preocupaciones, que ocuparon y acapararon la
vida de Jesús, fueron: 1) la salud de los seres humanos (relatos de curaciones,
expresadas en el “género literario” de milagros); 2) la alimentación compartida
(las comidas de las que tanto se habla en los evangelios); 3) las relaciones
humanas (sermones y parábolas). La fe, la relación con el Padre, los
sentimientos personales más hondos…, todo, en la vida de Jesús gira en torno a
estas tres preocupaciones.
Y estas preocupaciones fueron tan fuertes, que Jesús las
antepuso a las normas que imponían los maestros de la ley, a las observancias
de los fariseos, a la autoridad de los sumos sacerdotes… Hasta tal punto, que
esto le costó la vida. Jesús hizo todo esto porque aseguraba que quien le veía
a él, a quien veía era a Dios (Jn 14, 7-9). O sea, se identificó con Dios.
Lo central, en la vida de Jesús, no fue la religión. Fue
humanizar este mundo tan deshumanizado. No nos debería preocupar tanto el
diálogo de las religiones. Nos debería preocupar lo que preocupa a todos los
humanos: la salud, la comida compartida, las mejores relaciones humanas. Los
tres pilares de toda posible religión. Es lo que centró la vida de Jesús:
humanizar esta vida. En eso está el camino de la esperanza que nos lleva a
Dios.
José M. Castillo
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