Campera 17 junio 2017, Villagarcía de Campos |
Es conocida la expresión del
gran místico alemán Eckhart “Dios, es decir, la naturaleza” (Deus sive natura);
pues bien, me pregunto si podríamos decir “Dios, es decir, la Conciencia”.
Veamos cómo.
Reconocemos que Dios es
“indecible”, pero la Humanidad le ha atribuido muchos nombres, y la misma
Biblia ha empleado varios. Algunos, invocando a Wittgenstein, dicen que
entonces sería mejor no decir nada sobre él; pero no hablar de una persona
lleva al olvido y a prescindir de ella. Además el joven enamorado escribe el
nombre de la amada en todos los árboles del barrio, y el poeta, que no acaba de
acertar con la palabra, no renuncia a reelaborar el poema.
Jesús concentró su experiencia
de Dios con el término “Padre”, especialmente en el padrenuestro y en la parábola
del hijo pródigo. Ciertamente la imagen de Dios como Padre es la más entrañable
y significativa para un cristiano pero hoy, por los sentimientos que expresa,
muchos la corrigen y la traducen como padre-madre.
Otro término empleado por
Jesús para referirse a Dios fue el de “Espíritu”; el que él recibió y el que
comunicó a sus discípulos. Creo que presentar a Dios como Espíritu es más
apropiado con nuestra cultura actual, porque la imagen de Dios como Padre nos
sugiere una dualidad, incluso una distancia: “que estás en los cielos”.
La imagen de Dios como
Espíritu me parece preferible porque no implica dos individualidades -Dios y
nosotros- sino una energía que nos constituye a todos los hombres (y a la
naturaleza de Eckhart).
Nosotros no somos algo separable
de Dios, porque él constituye el fundamento de nuestro ser. Sin él no
existiríamos. Pensamos en Dios y el mundo como dos seres, pero no se trata de
dos seres en sentido unívoco, sino de dos entidades en sentido muy, muy, muy
distinto; (sentido análogo según santo Tomás de Aquino). Dios no es una entidad
individual, es una entidad relacional; personal, pero no individual o separada
de todo lo demás. El lenguaje conceptual sobre Dios nunca es adecuado, porque
no es unívoco. Al afirmar algo sobre Dios, tenemos siempre que añadir “pero no
es así”.
El lenguaje sobre Dios tiene
que contentarse con ser simbólico ¿Podríamos decir, en términos de la física
cuántica, que Dios sería como la onda y nosotros como el corpúsculo? La
experiencia de los místicos, sufí, cristiana y universal, tiende a la
identificación del hombre con Dios, “la ola es el mar” (Willigis Jäger).
Nuestros místicos, ¡en tiempos de Inquisición!, hablaron de “matrimonio
espiritual”, pero según la misma Escritura “serán dos en una sola carne”.
La conciencia como experiencia
de Dios
Se atribuye al reconocido
teólogo jesuita Karl Rahner la predicción de que “el cristiano del siglo XXI
sería místico o no sería”, que la fe sería experiencia de Dios o se perdería.
Yo, cristiano del siglo XXI, no me atrevo a decir que haya tenido alguna
experiencia de Dios; sin embargo creo que puedo afirmar -todos, más o menos,
podemos afirmar- que hemos tenido alguna experiencia de algo trascendente.
He tenido experiencia de la
injusticia de que muchos sufren hambre, enfermedades, humillaciones, muerte, o
torturas, por la ambición y la soberbia de unos pocos; y he sentido un deber,
superior a mis intereses personales (¿imperativo categórico?), de hacer algo
por restablecer la justicia y la dignidad de esas personas. Todas las
religiones, igual que los que se declaran ateos, sintetizan su experiencia
ética en la “Regla de oro”: “trata a los demás como deseas que te traten a ti”.
La conciencia ética es un
signo de la presencia del Espíritu, de la presencia de la energía de Dios
(dýnamis tou Theou). Esta idea quizás nos choque porque cambia el esquema en
blanco y negro que tenemos sobre gracia santificante y pecado. Sin embargo este
esquema de presencia de Dios más o menos intensa, más o menos manifiesta,
parece más acorde con la alabanza de Jesús a aquel letrado, “no estás lejos del
“Reino de Dios” (Mc 12,34); y más acorde con el ambiguo diálogo sobre el
camello y el ojo de la aguja y sobre quiénes se salvan (Mc 10,23-27); y
claramente más acorde con la parábola del juicio final: “porque tuve hambre y
me disteis de comer” (Mt 25,31-46).
Según Lucas, los primeros
diáconos fueron elegidos entre “hombres llenos de Espíritu y de sabiduría” (Hch
6,3) y entre ellos estaba Esteban “hombre lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hch
6,5); tanto la fe como la sabiduría eran las cualidades en las que se
manifestaba el Espíritu. Igualmente en nosotros, la conciencia de la justicia o
injusticia es la señal en que se manifiesta la presencia del Espíritu. Dios, el
Espíritu, está presente en mí y se manifiesta como conciencia. Esta conciencia
es algo que está en mí, en ti, y en todos; en Caín y en Teresa de Calcuta; en
Confucio y en la Revolución francesa; algo que nos penetra y que nos desborda;
algo individual pero común a todos, y cuya superioridad respetuosamente nos
obliga.
La experiencia ética es la
única experiencia de Dios que yo puedo alegar. Sé que esta experiencia ha sido
posible porque en determinados momentos se han activado ciertos circuitos
neuronales; sin esta activación no habría sentido ni la injusticia ni mi obligación,
pero no creo que estos circuitos neuronales puedan obligar a nadie a renunciar
a sus intereses en beneficio de otros. Creo que el amor, la justicia, la
dignidad humana, son algo más que procesos físico-químícos. “La poesía es más
que la tinta con que está escrita”.
Si la conciencia ética es un
signo de la presencia de Dios, tendría sentido decir que uno de los nombres de
Dios podría ser la Conciencia. Juan no duda en afirmar que Dios es amor. ¿Sería
erróneo afirmar, en lenguaje simbólico, que Dios es la Conciencia universal? Es
verdad que, como siempre, habría que añadir “pero tampoco es así”, o como
reconocía el concilio Lateranense IV “lo que hemos dicho aquí sobre Dios tiene
más de erróneo que de acertado”.
Los muchos nombres de Dios son
destellos de su realidad inabarcable y, al mismo tiempo, expresiones de
nuestras ansias por contemplarlas.
Algunos pensarán que he
manipulado conceptos y metáforas para “salirme con la mía”. Puede ser, pero “la
mía” es que tengo amigos que se declaran ateos o agnósticos y que me han
enseñado mucho. Esos ateos son éticamente honrados (que no es poco) y han
asumido un claro compromiso social, y creo que es justo reconocer:
“Ernesto (nombre ficticio),
que se proclama ateo,
es un hombre lleno de Dios y
de conciencia ética”.
Gonzalo Haya
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