Al querer aproximarnos a la verdad –a la no dualidad- a
través de la mente, me parece importante atender a un doble principio:
- No
podemos prescindir de los conceptos y las palabras (aunque el simple hecho
de usarlas provoque su desgaste).
- Su
absolutización es engañosa y peligrosa, precisamente porque la palabra es
siempre relativa.
La trampa, por tanto, no reside en el uso de la
mente, sino en la absolutización de los conceptos (creencias)
y palabras. Me parece que la mente humana tiende a absolutizar lo que ella ve,
porque eso le aporta seguridad. Pero el resultado es muy peligroso: las
palabras terminan dividiéndonos, separándonos y confundiéndonos. Y eso vale,
sobre todo, para las palabras más “sagradas” (“Dios”, “amor”, felicidad”…):
porque han sido las más usadas, o porque es en ellas donde proyectamos más lo
que son nuestros puntos de vista, y porque al usarlas creemos estar en la
verdad.
¿Hay algún antídoto frente a ese riesgo? Tal como yo lo
veo, la clave radica en no absolutizar las palabras ni los
conceptos (la palabra no es la realidad a la que se refiere, sino solo un
“mapa” particular que apunta al “territorio” que está más allá de las
palabras). Hasta percibir que la verdad no puede ser pensada ni
nombrada, sino solo reconocida y vivida. Lo que nuestra mente tiene son
solo creencias (opiniones); la verdad es “lo que es” (la
verdad es una con la Realidad).
Pongamos un ejemplo: “Dios” es un término fundamental entre
los humanos. Pero cuando se confunde a Dios con la propia creencia,
aparecen el fundamentalismo y el fanatismo, que han llegado hasta las guerras
de religión o a la violencia terrorista.
Por eso, como han dicho siempre los místicos, tiene que
llegar un momento en que acallemos nuestras palabras y nuestras creencias para
quedamos en aquel Silencio que es, en realidad, un estado de
consciencia (o de presencia), en el que se nos regala “ver” lo que
transciende toda palabra.
Soy consciente de que todo lo que he dicho son palabras
limitadas y relativas. Lo visto y lo vivido, aun siendo lo más real, es
siempre inefable: no se puede nombrar ni decir. ¿Por qué seguir
entonces hablando y escribiendo? Por si alguno de estos “mapas” hace clic en
alguna persona y le sirve para ver más allá de lo que las
palabras digan.
Enrique Martinez Lozano
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