«Amor con humor se paga. Amor sin
humor se apaga» (Demetrio González Cordero).
Lo doloroso y duro de estos
tiempos que nos ha tocado vivir, no debería conducirnos por las sendas del
desconsuelo y la tribulación. No hay nada peor para el ser humano que caer en
las garras de la tristeza existencial. Por eso debemos luchar contra este mal,
tan extendido en nuestros días, aunque la máscara de mucha gente sean las de
una mera risa superficial, sin que conlleve el gozo verdadero, profundo, vital.
En distintos mensajes por las
redes sociales se comparte una pintada realizada en un muro: «Lo más
revolucionario hoy en día es conservar la alegría». Creo que es totalmente
cierto. Mantener el espíritu en alto, animoso, con un buen humor contagioso, es
contracultural, subversivo, transformador. Es curioso y sugerente (demostrando
su talante y lo que quiere comunicar a los cristianos y al mundo), que a la
primera exhortación apostólica, escrita en su totalidad por el Papa Francisco,
la haya titulado «La alegría del Evangelio».
Peridis, el gran humorista dice:
«El que no sepa reírse de sí mismo, está perdido». Igual que José Mª Díez
Alegría, nuestro amigo y maestro, recordado y siempre presente entre nosotros,
que tituló a uno de sus últimos libros, que es casi su testamento vital,
espiritual: «Fiarse de Dios, reírse de uno mismo». Dejemos pues entre
paréntesis siempre nuestros títulos, superioridades o victimismos y aprendamos
a reírnos de nosotros mismos, pues es totalmente saludable para nuestra salud.
Porque el contacto con Dios y con
la vida debe contagiarnos entusiasmo, júbilo, humor del bueno. Quienes
pretendan anunciar a un Dios serio, comunicarán y llevarán una vida
apesadumbrada, y eso es todo lo contrario al anuncio de la buena noticia, del
mensaje feliz que nos hemos recibido de Jesús, su Hijo querido, y por medio de
tantas mujeres y hombres llenos de alegría y buen humor a lo largo de la
historia.
Deseando que vuestra existencia,
y la mía, esté cada día más llena de Dios, del Manantial de la Vida, de
entusiasmo, de solidaridad, de fe y esperanza, es decir, que llevemos una vida
plenamente espiritual, concluyo con la Oración del buen humor, atribuida a
santo Tomas Moro.
«Concédeme, Señor, una buena
digestión,
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para
mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que
sepa aprovechar
lo que es bueno y puro, para que
no se asuste
ante el pecado, sino que
encuentre el modo
de poner las cosas de nuevo en
orden.
Concédeme un alma que no conozca
el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y
los lamentos
y no permitas que sufra
excesivamente
por ese ser tan dominante que se
llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del
humor.
Concédeme la gracia de comprender
las bromas,
para que conozca en la vida un
poco de alegría
y pueda comunicársela a los
demás».
«Felices quienes, a pesar de
tantos sacrificios, sufrimientos y desilusiones, siguen reavivando cada mañana
el perfil de la alegría, el sentido del humor, el gozo por vivir».
(Espiritualidad para tiempos de crisis. Ed. Desclée)
Miguel Ángel Mesa Bouzas
Periodista Digital
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