Domingo 20º del Tiempo Ordinario
Mateo 15,21-28
Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de
Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel
territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija
está malamente endemoniada.» Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos,
acercándose, le rogaban: «Despídela, que viene gritando detrás de nosotros.»
Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de
Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perritos.» «Sí, Señor -repuso ella-, pero también los perritos comen de las
migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer,
grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada
su hija.
La actitud de Jesús
comienza desconcertando.
No hace caso a la mujer, parece que se contraría por su petición. Pero ella no
se resigna, insiste, pide a Jesús que le ayude. Primera consecuencia: a veces
no entendemos qué hace Jesús, por qué no responde, por qué no atiende nuestras
peticiones. Pero no podemos abandonar, no podemos marcharnos a la primera de
cambio. Sabemos que Jesús está ahí, sabemos que nos escucha, es necesario
insistir. Sin miedo, sin timidez. Pedir para nosotros y para los demás. Y ser
consecuentes con esas peticiones
Jesús atiende a tiempo
nuestras peticiones.
Como hizo con la mujer cananea. Insistió y Jesús curó a su hija. Hace falta fe.
Confiar en Jesús es admitir que Él siempre lo hace bien, que no nos abandona,
que está en nosotros. Aunque a veces no lo entendamos, aunque a veces no lo
sintamos, aunque no responda a los tiempos que nosotros queremos. Jesús está en nosotros. Nos ha elegido como hijos suyos y sabemos que
un padre no abandona a sus hijos, aunque no entendamos las cosas, aunque parezca
como si Él no existiera. Jesús existe, está en nosotros. Es cuestión de fe.
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