Bendito seas, Señor, que te viniste,
dejando el resplandor azul del cielo,
al oscuro tormento de mi anhelo
donde tanto he llorado solo y triste.
No sufras, sé paciente, me dijiste,
porque te vengo a dar paz y consuelo
y atendiendo el sentir de mi desvelo
Palabra, Cuerpo y Sangre tú me diste.
Oigo tu Voz que vibra en lo profundo
de un alma antes desolada y fría.
Tu Cuerpo me acompaña por un mundo
donde en dudas, sin ti, me debatía.
Siento en mis venas, como don fecundo,
cómo corre tu Sangre con la mía.
Joaquín Fernández González.
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