vidriera sobre el matrimonio, Iglesia Santísima Trinidad, Pinilla de la Valdería |
Domingo XXIV Tiempo Ordinario
Evangelio de Lucas 15, 1-10
En aquel tiempo, se acercaban a
Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los
letrados murmuraban entre ellos:
― Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
― Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
― Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa
y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando
la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado
la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara
y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la
encuentra, reúne a las vecinas para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la
moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierta.
Tomo prestadas y comparto las
siguientes palabras de Enrique Martínez Lozano al comentar este evangelio:
Comía
a gusto con “pecadores y publicanos” para escándalo de fariseos y doctores. Y
reconocía a Dios como Alegría sin
límites, Gratuidad sin
vuelta, Amor sin
exclusiones.
Dios
no es un individuo separado que premia o castiga, mira bien o mira mal,
discrimina entre justos y pecadores… Dios es el nombre que damos al Misterio
último de lo real, que constituye todo lo que es y que nos constituye a
nosotros mismos. Dios es, por tanto, nuestro Fondo último, la Mismidad
consciente y amorosa de todo lo que es, y de
la que no podemos estar jamás separados. Un Dios del que alguien pudiera
separarse, aunque fuera por el instante mínimo de un respiro, sería sin duda
solo un ídolo proyectado. Porque no puedes separarte de Aquello que eres.
Y Eso que es, es Amor, Gratuidad, Gozo…, sin motivo y sin
contraprestaciones.
Dios integra a todo ser humano.
Dios está en todo ser humano. Cada uno de nosotros, por tanto, de alguna
manera, somos parte de todos los seres humanos. Desde esta concepción se
entiende perfectamente que Jesús comiera con los pecadores y se alegrase con
estar cerca de ellos. Eso es lo que hacía Jesús.
Si nosotros creemos en Jesús,
tendremos que procurar hacer algo parecido. Esto es, comer con los excluidos,
con los que no tienen nada, con los que tienen todo, con cualquier ser humano.
Amigos, desde esta perspectiva
comprenderemos perfectamente que Dios no es exclusivo de nadie. Dios es de
todos. Y todos somos de Dios.
Cuando lo entendemos así y sobre
todo cuando lo ponemos en práctica surge la alegría de saber que somos eternos.
Dicho de otra manera, somos alegría porque somos en Dios.
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