Siendo religioso habla poco de religión. Su discurso se
centra en el ruido al que la vida moderna nos tiene condenados y las formas que
tenemos para evitarlo. Ha escrito un libro llamado El aprendizaje de
la serenidad (San Pablo) donde resume las virtudes de la vida sosegada.
Con 85 años todavía sigue recibiendo a gente en la Casa de los Jesuitas de
Sevilla con la única intención de abrir una ventana al silencio. Alguien
me dijo que no esperara de su charla una colección de lugares comunes. Y así
fue…
Por Antonio Montesinos
¿Cómo llega un religioso católico a ser practicante de
zen?
Fue a finales de los 70 cuando Anthony de Mello vino a
España a darnos unos cursos sobre estos temas. Al principio aquello me sonó muy
raro. No entendía nada, pero yo confiaba en aquel hombre. Era alguien que me
merecía respeto. Ese respeto hizo que me interesara por lo que decía y descubrí
que detrás de sus palabras estaba la cultura oriental. Después de dos cursos
pedí permiso al provincial de los jesuitas para seguir profundizando en estos
temas y el permiso me fue concedido. Tuve la suerte de estudiar con Hugo
Enomiya-Lasalle, también jesuita y conocido practicante zen.
¿Qué tal te fue?
Al principio no entendí nada. Aquello me pareció muy
extraño. Ten en cuenta que el zen no tiene objeto de meditación. Imagínate yo,
con mi cabeza llena de ideas, enfrentarme a esos conceptos… Con el paso del
tiempo fui adentrándome y desde entonces soy practicante asiduo.
Tus clases tienen bastante éxito…
Empezamos hace muchos años y, todavía hoy, sin hacer
publicidad de ningún tipo, cada miércoles abrimos las puertas de esta casa para
que cualquiera que quiera venir lo haga libremente. No pedimos nada ni queremos
convencer a nadie. Simplemente nos quedamos en silencio mirando la pared. Ya
han pasado por aquí más de 75000 personas.
¿Qué se aprende mirando la pared?
(Risas) Lo principal es buscar el silencio para darse cuenta
de que la felicidad es algo que procede del interior de la persona. Este es un
mensaje muy antiguo y que las culturas orientales vienen repitiendo desde hace
muchos años. Occidente ha olvidado esto. Centramos nuestros esfuerzos en tener
cada día más cosas, en ganar importancia en nuestro entorno, en nuestro
trabajo… Cuando eso falla aparece la infelicidad. El zen busca el silencio
interior que te permite identificar todas esas trampas. Ten en cuenta que aunque
estas técnicas sean ahora un descubrimiento para mucha gente se trata de algo
muy antiguo. Y no sólo patrimonio de las culturas orientales… En occidente
también se ha hablado de esto. Ya en el siglo XIV un inglés escribió La
nube del no saber donde se cuenta lo mismo que proclama el zen.
¿No se aparta esto de la ortodoxia católica?
Al principio creíamos que la luz era de un solo color, pero
resulta que tiene siete. Hay personas que siguen entendiendo la vida según esa
separación entre lo sagrado y lo humano y hay gente que ya no lo ve así. Dentro
de la Iglesia hay gente que piensa de forma distinta. El actual Superior
General de la Compañía de Jesús estudió en Japón y es un hombre al que admiro
profundamente. El mismo Padre Arrupe también era practicante zen. Ten en cuenta
que el mensaje del zen no se contradice con el núcleo central de las palabras
de Jesucristo, que hablaba de amor. El zen busca mediante el silencio el
reconocimiento del aquí y el ahora. Cuando llegas a ese estado surge la
necesidad de querer a los demás. Jesús decía que si tu ojo está sano todo tu
ser estará sano; si tu ojo está enfermo, todo tu ser lo estará también. Al
final se trata de aprender a mirar.
Una de las ideas más repetidas en oriente es la ilusión
en la que nos hace vivir nuestro pensamiento…
Así es. No vivimos en el mundo, sino en los mundos que
nosotros mismos vamos creando. El rico vive en su mundo y el pobre también.
Aurobindo hablaba de apertura, de conseguir ver esas ideas que vamos
construyendo en nuestro pensamiento y que nos limitan continuamente. Este
mensaje es válido en oriente y occidente. Es válido para todo el mundo. Incluso
la psicología occidental empieza a interesarse por todo esto.
Otra de las ideas centrales del zen es el momento
presente…
Es lo único con lo que contamos. El pasado ya no está,
aunque deja sus huellas, y el futuro está por llegar. No son más que ideas de
nuestra mente. Lo único que tenemos es el presente. Siempre. Por eso el zen
habla de ser conscientes del aquí y el ahora. Es una idea central. También está
el concepto de no dualidad. Se trata de otra ilusión. Estamos empeñados en ver
las diferencias en vez de los puntos en común. Lo que nos separa antes que lo
que nos une. Los de arriba y los de abajo, lo tuyo y lo mío… El zen ayuda a superar
esas diferencias.
Llama la atención cómo la religión ha sido siempre fuente
de conflictos entre distintas culturas, incluso de guerras y enfrentamientos
políticos de terribles consecuencias, mientras que el mensaje místico atraviesa
culturas con una unidad de criterio muy significativa. Los estudiosos de la
mística destacan las similitudes entre las distintas propuestas incluso cuando
estas aparecen en lugares apartados tanto por fronteras geográficas como
temporales.
La práctica de la mística lleva a la compasión. El místico
no ve al rico como rico ni al pobre como pobre, sino que identifica ese
sustrato común que todos compartimos y que nada tiene que ver con las formas
externas. Esto da lugar a un mensaje universal que viene siendo repetido por
muchas voces a lo largo de la historia. Por otra parte las religiones no son
más que un dedo que apunta a la luna. Si nos enredamos con la forma del dedo,
el color que tiene, a quién pertenece… Ahí es cuando empezamos a equivocarnos.
Recuerda que a Jesús de Nazaret quien lo mató fue la religión de su tiempo. La
autoridad de su tiempo.
El zen no es proselitista, ¿verdad?
No. Para nada. Yo no tengo interés en cambiar a nadie.
Suficiente tengo con cambiarme a mí mismo (risas).
Me resulta curioso escuchar estas palabras en boca de un
religioso…
Si existe algún tipo de conversión esta se produce cuando
alguien es capaz de abrir los ojos. Se trata de una decisión personal. Aquí no
intentamos convencer a nadie. Eso de que si no haces lo que te digo te vas a
condenar es algo ya muy pasado. Nunca creí en ese mensaje. Nuestra propuesta es
la del silencio. No sólo el silencio físico, sino el otro, el que comprende
todo el ruido del día a día. Hay una frase que resume muy bien la postura zen: en
la vida espiritual tanto más se aprovechará conforme uno se salga de su amor,
querer e interés. Como ves, el mundo moderno no camina demasiado por este
sendero.
Has dicho que el zen va más allá de la oración.
Sí. Va más allá del rezo porque va más allá de las palabras.
¿Cómo has compaginado estas enseñanzas con tu condición
de religioso occidental?
No es difícil. Ten en cuenta que dos de los principios sobre
los que se asienta la vida del jesuita son la pobreza y la humildad, algo que
no está reñido con el zen. La humildad te ayuda a reconocer que la felicidad no
tiene nada que ver con acumular bienes materiales. La obsesión por tener
conduce a la obsesión por el poder y ahí aparece la soberbia. En ese punto es
muy difícil darse cuenta de la realidad que se oculta tras las cosas. El tener
lleva al poder y el poder te pone una venda en los ojos.
Lo que no quiere decir que todos los pobres sean
virtuosos…
Para nada. Se trata de darse cuenta de quienes somos en
realidad y eso no tiene nada que ver con nuestra posición social. Hay que ser
conscientes de nuestra realidad, de nuestras limitaciones y nuestras
posiblidades. Volvemos a lo que decíamos antes: se trata de educar nuestra
forma de mirar. Una mirada limpia requiere calma y silencio. Para construir un futuro
mejor los educadores deberían ser conscientes de la importancia de enseñar a
mirarnos a nosotros mismos.
Tomado de wawancara (revista digital de entrevistas)
Claras palabras. "Por otra parte las religiones no son más que un dedo que apunta a la luna. Si nos enredamos con la forma del dedo, el color que tiene, a quién pertenece… Ahí es cuando empezamos a equivocarnos. Recuerda que a Jesús de Nazaret quien lo mató fue la religión de su tiempo".
ResponderEliminarMe punto a ver a Dios en la sencillez y huyo de los preceptos religiosos que no ahogan. No creo en una religión alienante ni en una Iglesia de normas. Me gusta ir directo al corazón. Es el alma la que nos hace eternos. Setarcos
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