viernes, 7 de marzo de 2014

ENTREVISTA CON RAFAEL NAVARRETE



Siendo religioso habla poco de religión. Su discurso se centra en el ruido al que la vida moderna nos tiene condenados y las formas que tenemos para evitarlo. Ha escrito un libro llamado El aprendizaje de la serenidad (San Pablo) donde resume las virtudes de la vida sosegada. Con 85 años todavía sigue recibiendo a gente en la Casa de los Jesuitas de Sevilla con la única intención de abrir una ventana al silencio. Alguien me dijo que no esperara de su charla una colección de lugares comunes. Y así fue…

Por Antonio Montesinos

¿Cómo llega un religioso católico a ser practicante de zen?
Fue a finales de los 70 cuando Anthony de Mello vino a España a darnos unos cursos sobre estos temas. Al principio aquello me sonó muy raro. No entendía nada, pero yo confiaba en aquel hombre. Era alguien que me merecía respeto. Ese respeto hizo que me interesara por lo que decía y descubrí que detrás de sus palabras estaba la cultura oriental. Después de dos cursos pedí permiso al provincial de los jesuitas para seguir profundizando en estos temas y el permiso me fue concedido. Tuve la suerte de estudiar con Hugo Enomiya-Lasalle, también jesuita y conocido practicante zen.

¿Qué tal te fue?
Al principio no entendí nada. Aquello me pareció muy extraño. Ten en cuenta que el zen no tiene objeto de meditación. Imagínate yo, con mi cabeza llena de ideas, enfrentarme a esos conceptos… Con el paso del tiempo fui adentrándome y desde entonces soy practicante asiduo.

Tus clases tienen bastante éxito…
Empezamos hace muchos años y, todavía hoy, sin hacer publicidad de ningún tipo, cada miércoles abrimos las puertas de esta casa para que cualquiera que quiera venir lo haga libremente. No pedimos nada ni queremos convencer a nadie. Simplemente nos quedamos en silencio mirando la pared. Ya han pasado por aquí más de 75000 personas.

¿Qué se aprende mirando la pared?
(Risas) Lo principal es buscar el silencio para darse cuenta de que la felicidad es algo que procede del interior de la persona. Este es un mensaje muy antiguo y que las culturas orientales vienen repitiendo desde hace muchos años. Occidente ha olvidado esto. Centramos nuestros esfuerzos en tener cada día más cosas, en ganar importancia en nuestro entorno, en nuestro trabajo… Cuando eso falla aparece la infelicidad. El zen busca el silencio interior que te permite identificar todas esas trampas. Ten en cuenta que aunque estas técnicas sean ahora un descubrimiento para mucha gente se trata de algo muy antiguo. Y no sólo patrimonio de las culturas orientales… En occidente también se ha hablado de esto. Ya en el siglo XIV un inglés escribió La nube del no saber donde se cuenta lo mismo que proclama el zen.

¿No se aparta esto de la ortodoxia católica?
Al principio creíamos que la luz era de un solo color, pero resulta que tiene siete. Hay personas que siguen entendiendo la vida según esa separación entre lo sagrado y lo humano y hay gente que ya no lo ve así. Dentro de la Iglesia hay gente que piensa de forma distinta. El actual Superior General de la Compañía de Jesús estudió en Japón y es un hombre al que admiro profundamente. El mismo Padre Arrupe también era practicante zen. Ten en cuenta que el mensaje del zen no se contradice con el núcleo central de las palabras de Jesucristo, que hablaba de amor. El zen busca mediante el silencio el reconocimiento del aquí y el ahora. Cuando llegas a ese estado surge la necesidad de querer a los demás. Jesús decía que si tu ojo está sano todo tu ser estará sano; si tu ojo está enfermo, todo tu ser lo estará también. Al final se trata de aprender a mirar.

Una de las ideas más repetidas en oriente es la ilusión en la que nos hace vivir nuestro pensamiento…
Así es. No vivimos en el mundo, sino en los mundos que nosotros mismos vamos creando. El rico vive en su mundo y el pobre también. Aurobindo hablaba de apertura, de conseguir ver esas ideas que vamos construyendo en nuestro pensamiento y que nos limitan continuamente. Este mensaje es válido en oriente y occidente. Es válido para todo el mundo. Incluso la psicología occidental empieza a interesarse por todo esto.

Otra de las ideas centrales del zen es el momento presente…
Es lo único con lo que contamos. El pasado ya no está, aunque deja sus huellas, y el futuro está por llegar. No son más que ideas de nuestra mente. Lo único que tenemos es el presente. Siempre. Por eso el zen habla de ser conscientes del aquí y el ahora. Es una idea central. También está el concepto de no dualidad. Se trata de otra ilusión. Estamos empeñados en ver las diferencias en vez de los puntos en común. Lo que nos separa antes que lo que nos une. Los de arriba y los de abajo, lo tuyo y lo mío… El zen ayuda a superar esas diferencias.

Llama la atención cómo la religión ha sido siempre fuente de conflictos entre distintas culturas, incluso de guerras y enfrentamientos políticos de terribles consecuencias, mientras que el mensaje místico atraviesa culturas con una unidad de criterio muy significativa. Los estudiosos de la mística destacan las similitudes entre las distintas propuestas incluso cuando estas aparecen en lugares apartados tanto por fronteras geográficas como temporales.
La práctica de la mística lleva a la compasión. El místico no ve al rico como rico ni al pobre como pobre, sino que identifica ese sustrato común que todos compartimos y que nada tiene que ver con las formas externas. Esto da lugar a un mensaje universal que viene siendo repetido por muchas voces a lo largo de la historia. Por otra parte las religiones no son más que un dedo que apunta a la luna. Si nos enredamos con la forma del dedo, el color que tiene, a quién pertenece… Ahí es cuando empezamos a equivocarnos. Recuerda que a Jesús de Nazaret quien lo mató fue la religión de su tiempo. La autoridad de su tiempo.

El zen no es proselitista, ¿verdad?
No. Para nada. Yo no tengo interés en cambiar a nadie. Suficiente tengo con cambiarme a mí mismo (risas).

Me resulta curioso escuchar estas palabras en boca de un religioso…
Si existe algún tipo de conversión esta se produce cuando alguien es capaz de abrir los ojos. Se trata de una decisión personal. Aquí no intentamos convencer a nadie. Eso de que si no haces lo que te digo te vas a condenar es algo ya muy pasado. Nunca creí en ese mensaje. Nuestra propuesta es la del silencio. No sólo el silencio físico, sino el otro, el que comprende todo el ruido del día a día. Hay una frase que resume muy bien la postura zen: en la vida espiritual tanto más se aprovechará conforme uno se salga de su amor, querer e interés. Como ves, el mundo moderno no camina demasiado por este sendero.

Has dicho que el zen va más allá de la oración.
Sí. Va más allá del rezo porque va más allá de las palabras.

¿Cómo has compaginado estas enseñanzas con tu condición de religioso occidental?
No es difícil. Ten en cuenta que dos de los principios sobre los que se asienta la vida del jesuita son la pobreza y la humildad, algo que no está reñido con el zen. La humildad te ayuda a reconocer que la felicidad no tiene nada que ver con acumular bienes materiales. La obsesión por tener conduce a la obsesión por el poder y ahí aparece la soberbia. En ese punto es muy difícil darse cuenta de la realidad que se oculta tras las cosas. El tener lleva al poder y el poder te pone una venda en los ojos.

Lo que no quiere decir que todos los pobres sean virtuosos…

Para nada. Se trata de darse cuenta de quienes somos en realidad y eso no tiene nada que ver con nuestra posición social. Hay que ser conscientes de nuestra realidad, de nuestras limitaciones y nuestras posiblidades. Volvemos a lo que decíamos antes: se trata de educar nuestra forma de mirar. Una mirada limpia requiere calma y silencio. Para construir un futuro mejor los educadores deberían ser conscientes de la importancia de enseñar a mirarnos a nosotros mismos.

Tomado de wawancara (revista digital de entrevistas)

2 comentarios:

  1. Claras palabras. "Por otra parte las religiones no son más que un dedo que apunta a la luna. Si nos enredamos con la forma del dedo, el color que tiene, a quién pertenece… Ahí es cuando empezamos a equivocarnos. Recuerda que a Jesús de Nazaret quien lo mató fue la religión de su tiempo".

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  2. Me punto a ver a Dios en la sencillez y huyo de los preceptos religiosos que no ahogan. No creo en una religión alienante ni en una Iglesia de normas. Me gusta ir directo al corazón. Es el alma la que nos hace eternos. Setarcos

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