Hemos leído:
En la Cuaresma, uno de
los lugares recurrentes, de las referencias que una y otra vez aparecen en
textos, reflexiones y miradas, es el ‘desierto’. Desierto que forma parte de
todas las vidas en algún momento. Lugar de silencio, de búsqueda, de aridez
desnuda. Desierto donde no hay distracciones que a uno le permitan evadirse
constantemente. No te dé miedo adentrarte en sus arenas. De hecho, lo
necesitas. Todos necesitamos ese espacio más vacío, donde las palabras sobran y
las verdades se imponen. Desierto cotidiano, que uno puede vivir en medio de la
ciudad, de sus rutinas. En medio de la vida y sus ritmos. Y allá, en esa
soledad tan tuya. Donde no caben amigos ni enemigos, propios ni ajenos, en ese
lugar donde estás solo tú, ahí, también, Dios.
Nosotros añadimos
Desierto, necesario. Desierto, bienvenido. Parada entrañable.
Quietud amiga. Cuaresma.
Vamos por la vida corriendo. Como si fuésemos a perder el
tren de no sé qué viaje. Ponemos la meta en un objetivo o quizás en nada y vamos
dando zancadas buscando eso que, muchas
veces, no sabemos qué es.
Y la vida no es eso. La vida son instantes, son pasos de un
camino, son momentos sucesivos, son silencios relajantes, son encuentros
esperados, son sufrimientos no queridos, son situaciones agradables, son
acciones consentidas…
La vida es fijarse, vivir lo que te toca, amar a cada
instante…sin metas…cada momento es único y no volverá. Es el camino lo que
tenemos, es cada día lo que nos llena, es cada paso lo que nos está llevando a
la vida eterna. Porque quien espera entrar –en la vida eterna- después
-¿después de qué?- no sabe que ha comenzado ya y nunca acaba. Amar cada momento:
esa es la clave.
El fin de semana estamos invitados al retiro anual. También
ahí vamos a sentir el desierto. Porque cuando somos capaces de vernos sin nada,
desnudos, en el desierto, más cerca sentiremos a Dios. Cuaresma. Tu. Dios.
H y MN
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