Tú, Señor, me conoces.
Conoces mi vida y mis
entrañas,
mis sendas y mis
sueños,
mis idas y mis
vueltas,
mis dudas de siempre.
Tú eres, a pesar de
mis fallos,
el Señor de mis
alegrías y de mis penas.
Déjame estar en tu
presencia.
Sosiégame.
Serena mi espíritu.
Abre mis sentidos.
Lávame con agua
fresca.
Vísteme como a un hijo
y háblame.
Haz posible lo
imposible:
compromete mi vida
con un amor fuerte y
responsable,
fiel –como el tuyo
conmigo-
a los últimos, a los
pobres, a los hermanos
en los que Tú, Señor,
estás presente.
Florentino Ulibarri.
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