Alimentarse es la primera
necesidad que los seres humanos hemos de tener cubierta para poder realizar
todo lo demás. En una sociedad aparentemente sobrealimentada la primera de las
obras de misericordia se presentaba lejana… sin embargo, la actual crisis
económica ha traído a nuestras casas noticias de malnutrición infantil,
imágenes de personas haciendo colas en comedores sociales y oficinas de Cáritas
y otras ONGs en las que la distribución de alimento ha cobrado lamentablemente
de nuevo protagonismo.
En otras partes del mundo
están demasiado acostumbrados a ver a personas muriendo por no tener alimento.
Las hambrunas se van sucediendo como las estaciones golpeando a poblaciones
enteras. Quizá esto nos duele menos por ser realidad lejana y por lo
acostumbrado que estamos a ver imágenes que quitan la dignidad a quienes
contemplamos quietos y en silencio…
Jesús se identifica con
aquél que pasa hambre y nos dice que el Reino de su Padre está abierto a
aquellos que se conmueven y dan de comer al hambriento. Y es que la
misericordia es eso, sentir las miserias del otro y como consecuencia de esa
compasión ayudarlo y auxiliarlo. El Señor va más allá y Él mismo se hace pan
para darse a una humanidad necesitada de todo tipo de panes.
Dar de comer al hambriento
no es dar lo que nos sobra, aunque irónicamente entonces daríamos mucho pues
necesitamos bastante poco. Se trata de ir más allá, adecuar nuestros hábitos de
consumo a las necesidades reales, no desechar alimentos y, cómo no, dar gracias
por lo que tenemos porque sólo así seremos capaces de caer en la cuenta de que
hay otros muchos que necesitan de eso que para nosotros parece básico, el
alimento diario.
Pastoral sj
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