Al
acercarse las fechas de Navidad solemos pararnos y hacer un balance de lo
ocurrido en nuestra vida a lo largo de ese año. Vienen a la mente los buenos
momentos, las alegrías de hijos y nietos, la familia, los amigos…y tantas cosas
por la que tenemos que dar gracias. Pero también se hacen mucho más fuertes las
ausencias y los problemas que nos rodean. El contraste de las luces, de los
regalos y del ambiente de fiesta choca, en ocasiones, con nuestra vivencia
interior. Nos enfrentamos a enfermedad, a precariedad en el trabajo, a vacios
interiores, a soledad… ¡a tantas situaciones que ponen al descubierto nuestra
oscuridad interior!
Por eso,
cada año al poner el Belén, hay algo que nunca se debe olvidar: LA ESTRELLA,
que es esa luz que nos guía en la oscuridad, y que nos marca un horizonte de
sentido. Así lo vieron los sabios de Oriente que describe el Evangelio de Mateo
“¿Dónde está el rey de los judíos que
acaba de nacer? Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo”
(Mt 2,2) “Se pusieron en camino y la
estrella que habían visto en oriente los guió y se paró encima de donde estaba
el niño (…) Entraron en la casa, vieron al niño con María su madre y lo
adoraron postrados en tierra” (Mt 2,9-11)
¿Qué verían
los sabios para seguir esa luz y ponerse en camino? Seguramente les
sorprendería su brillo y su fuerza pero, para dar el paso de salir de las
seguridades y buscar caminos nuevos, hay que tener mucha confianza, mucha fe,
mucha esperanza. Y ellos así lo hicieron. Dejaron su tierra y fueron en busca
de Alguien que no conocían, pero que intuían que sería lo más importante de sus
vidas. Y lo que encontraron les sorprendió todavía más, un niño, con sus padres
al que unos pastores llevaban regalos y que regresaban a sus casas alabando a
Dios.
Hoy, cada
uno de nosotros debemos mirar la estrella, volver a los momentos en los que
sentimos la fuerza de su luz que nos guiaba. Descubrir el valor de la memoria,
del paso de Dios por nuestra vida que ha ido dejando una huella. Quizá esperemos
grandes signos, pero es en la sencillez y en lo pequeño de cada día dónde
encontraremos esa presencia que nos llena de confianza y de paz. La estrella
nos conduce al portal y, como los magos, sólo encontraremos a un Niño. No cabe
más que el silencio ante un Misterio que nos supera. Llevamos ante él nuestras
preocupaciones y nuestros miedos, nuestras soledades y nuestras incertidumbres
y también nuestras alegrías y nuestro agradecimiento. Le pedimos paz, sosiego,
fortaleza, entrega, capacidad de perdón y sobre todo, de amor.
Con mis
mejores deseos en esta Navidad
Navidad 2014
Luis
González Morán.
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