Felices quienes han aprendido que la fe no es solo creer lo que no se
ve, sino lo que queremos que sea, lo que necesitamos que permanezca.
Felices quienes se fían de los demás, quienes perdonan, quienes creen en
la potencialidad, el cambio, el resurgir de las personas.
Felices quienes se asoman a la ventana de la confianza absoluta, porque
nunca se verán defraudados.
Felices quienes buscan las certezas básicas para caminar, pero a la vez
se dejan sorprender por lo inaudito, lo insospechado, lo desconcertante.
Felices quienes acompañan la fe absoluta en el hombre y la mujer con la
fe profunda en el Misterio: habrán alcanzado la unidad del pensamiento creador
de Dios.
Felices quienes no pueden separar la fe del amor más intenso y vital por
los desvalidos: solo entonces la fe será verdadera, madura y liberadora.
Felices quienes alumbran siempre su fe con la llama pequeña, luminosa y
permanente de la esperanza; la una sin la otra se apaga y se extingue.
Felices quienes creen en sí mismos y se esfuerzan por mejorar, crecer
interiormente y caminar felices junto a los demás. Su fe habrá alcanzado por
fin la unidad con su corazón.
Miguel Ángel Mesa Bouzas.
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