Aquí
estoy, Señor, a tu puerta,
entre
estremecido y asustado,
aturdido
y expectante;
sin
saber cómo he llegado,
sintiendo
que avivas, en mi corazón,
las
cenizas del deseo y la esperanza
y
despiertas, con un toque de gracia,
mis
entrañas yermas.
Aquí
estoy, Señor, a tu puerta,
con
el anhelo encendido,
con
el deseo disparado,
con
los ojos atentos y los pies prestos,
aguardando
lo que más quiero –tu abrazo-,
luchando
contra mis fantasmas y miedos,
desempolvando
mi esperanza olvidada,
nuestras
promesas y encuentros.
Aquí
estoy, Señor, a tu puerta,
medio
cautivo, medio avergonzado,
necesitado,
enamorado…;
queriendo
despojarme de tanta inercia y peso,
rogándote
que cures las heridas de mi alma
y
orientes mis puertas y ventanas
hacia
lo que no siempre quiero
y,
sin embargo, es mi mayor certeza.
Aquí
estoy, Señor, a tu puerta,
¡Tú
sabes cómo!.
Florentino
Ulibarri.
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