Hemos leído:
Uno se imagina a los discípulos, antes de Pascua, muy
desesperanzados. Como uno mismo a veces lo está, cuando tienes días tontos,
grises; cuando lo pasas mal, cuando no haces pie en lo cotidiano o te sientes
triste, y ni siquiera sabes por qué; cuando todos los días parecen iguales, y
te invade una cierta melancolía sin nombre ni objeto; cuando Dios calla; y los
amigos tampoco hablan mucho. Pero entonces empiezan los ecos, los testimonios,
las palabras que a unos y otros les llenan de fuerza. Y recuperan la ilusión,
la capacidad de soñar y la fe en que lo bueno está por llegar.
Y añadimos:
Porque la resurrección es vida y donde hay vida hay esperanza. Creer en el Resucitado es abrir los ojos a la belleza de la naturaleza, aceptar que habrá días tristes y duros, pero que Él nos ama. Aceptar la resurrección es llevar la sonrisa en la cara, acercarse al que pasa a nuestro lado, consolar al enfermo, sentirse útil. Porque cuando hay resurrección los problemas son más llevaderos. ¡Qué buena la resurrección!
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