Hemos leído:
Ahí está la vida, con todas sus aventuras. Con sus
días buenos y malos. Con las grandes batallas de las que salimos a veces
vencedores, y a veces escaldados. Ahí están los parajes cotidianos, en los que
celebramos, soñamos, amamos, lloramos y reímos. Nos levantamos con el pie
derecho o con todas las heridas en carne viva. No todo es siempre fantástico,
entretenido o facilón. Ni puede ni debe ser así. Porque en la vida, en cuanto
la tomamos un poco en serio, surgen las complicaciones. Y toca enfrentar
dificultades. En las relaciones, en el trabajo, en los estudios. ¡Enséñanos,
Señor, a reaccionar!
Y añadimos:
Y es verdad.
La vida es dura. Hay dificultades. Hay dolor. Hay sufrimiento. Es inherente a
nosotros. Somos débiles. Somos frágiles. Somos limitados. Y enfermamos. Y nos
duele el cuerpo. Y, a veces también, el alma. Es así. Forma parte de nuestro ser.
¿Y qué hacer? Contar con ello. Reconocerlo.
Aceptarlo. No rebelarse contra ello. Integrarlo. Forma parte de nosotros. Es la
manera de encajarlo y encauzarlo.
Como nos empeñemos en negarlo, nos estrellamos. Como
mires para otro lado y lo ocultes, chocarás con ello. Porque la dificultad nos
llega a todos.
Estamos en cuaresma. Tiempo de meditación. Se nos ocurren
unas preguntas.
¿Qué haces cuando las cosas se ponen cuesta arriba?
¿Qué haces para aceptar las situaciones de
dificultad?
¿Qué reacciones hay en ti cuando las cosas se
tuercen?
Quizás pueden servirte
para la oración de hoy. Cuenta con Dios. El sabe todo esto que nos ocurre.
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