Un año más estamos en
el tiempo de adviento. Algo grande va a pasar y no podemos recibirlo de
cualquier manera. Es un tiempo de
búsqueda, de deseo, de preguntas. Estamos ante el deseo de Dios y la búsqueda
de ese mismo Dios.
El hombre siempre se ha preguntado por Dios. Ha tenido ese
deseo de Dios. Ha estado ahí ese anhelo, esa mirada, esa pregunta. No siempre se
ha identificado con Dios. Pero la pregunta ahí ha estado desde siempre: ¿dónde
está Dios?, ¿cómo es Dios?, ¿existe Dios? A nivel personal no tengo dudas de
ese Dios del amor. Este tiempo de adviento me recuerda que ya estás en el
mundo, que sirven para muy poco los deseos que satisfacen un capricho o algo
inmediato, que el deseo de Dios es el de la paz, el de la solidaridad, el de la
generosidad. Y estos sí tienen mucho valor. Por eso, te necesito Señor. Ven a mí,
Jesús.
Pero no basta el deseo. Por eso busco, te busco a ti mi Dios. En puentes, calles, casas, palabras, versos,
personas, gestos, besos, abrazos, heridas, conversaciones, miedos; en tormentas
y calmas, sueño y vigilia, de día o de noche. Ahí te busco y descubro que por
ahí andas. Pero, sigo buscado y llego al silencio, a la meditación, a la
contemplación, y ahí te encuentro, te siento, te palpo. Noto tu presencia.
Estás dentro de mí. No hay que buscar fuera. Es aquí, en mi corazón, donde te
encuentro. Por eso te veo en todos los encuentros, porque cada persona te lleva
dentro. Jesús, mi Señor, pellízcame si no te siento. Jesús, mi Dios, tócame si
paso y no te veo. Por eso, qué bien este tiempo de adviento. Para que me
pellizques, para que me toques.
H y MN
No hay comentarios:
Publicar un comentario