Domingo XXIX Tiempo Ordinario
Evangelio de Lucas 18, 1-8
En
aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar
siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
―
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En
la misma ciudad había una viuda que solía decirle: «Hazme justicia frente a mi
adversario»; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: «Aunque no tema a
Dios ni me importen los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré
justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».
Y
el Señor respondió:
―
Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus
elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará
justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe
en la tierra?
Nos ha parecido muy interesante la interpretación que
propone de esta parábola Enrique Martínez Lozano. Reproducimos parte de su reflexión:
EL DIOS PENSADO, EL DIOS HALLADO
Estamos
ante una parábola que puede inducir a engaño, por cuanto, en una lectura literal
de la misma, se equipararía a Dios con un juez “al que no le importan los
hombres”, y al que parece que hay que “conquistar” a fuerza de insistencia,
hasta que, por hartazgo, se decide a intervenir.
Se trata de un dios que se ha grabado extensamente
en el imaginario colectivo, y que ha sido alimentado por no pocas predicaciones
y teologías. La imagen de dios como “señor todopoderoso”, ególatra y celoso,
juez impasible y castigador, ha dominado no pocas conciencias que han crecido
bajo el peso de la culpa y del temor.
Pues bien, frente a tales imágenes divinas, es
necesario rebelarse con contundencia: un tal dios no es digno de fe. No se
puede creer en un dios que sería peor que nosotros: insensible ante la
necesidad humana y capaz de condenar a alguien por toda la eternidad.
Un tal dios es solo un invento de la mente,
sostenido por el miedo y la debilidad humana, que ha creído esos mensajes
culpabilizadores como provenientes de la misma divinidad (y, por tanto,
“palabra de Dios”).
Esta
parábola solo puede entenderse adecuadamente si la leemos como una parábola de
contraste. Es decir, la imagen del juez sería justo lo opuesto al
comportamiento de Dios. De modo que, si hasta un juez inhumano es capaz de
ceder ante la petición de la mujer, cuánto más Dios –que es todo lo opuesto-
estará siempre a nuestro favor, incluso aunque no le pidamos nada.
Con esta clave, la parábola puede ser asumida
desde la perspectiva de Jesús, que anunciaba a Dios como Gracia y Compasión.
Pero sigo preguntándome por qué, entre las
personas religiosas, hay tantas que defienden aquella imagen de dios como juez
severo. Más allá de la formación recibida, me parece intuir que se trata,
simplemente, de una proyección (inconsciente) de la propia “severidad”, que es
frecuente entre quienes viven una religiosidad exigente, basada en la idea del
mérito y de la “perfección”.
Por eso, creo que no se trata solo de cambiar
una imagen por otra: la de un dios severo por la de un dios amoroso. Uno y otro
seguirían siendo construcciones de nuestra mente, es decir, ídolos proyectados.
Todo
dios “pensado” no puede ser sino una caricatura de Dios. Dios no cabe en
nuestra pequeña mente, como expresan estos versos magníficos de Charo
Rodríguez:
“Solo el Dios
encontrado,
ningún dios enseñado
puede ser verdadero,
ningún dios enseñado.
Solo el Dios
encontrado
puede ser verdadero”.
(C. RODRÍGUEZ, Luces
en la niebla, edición de la autora, Madrid 2012)
Me gusta apuntarme a ese Dios que se le siente, a ese Dios que se nota,
a ese Dios que sale y entra en el corazón. Dudo del Dios que se piensa, que se
razona, que se interpreta a conveniencia. Porque la mente humana es capaz de
engañarnos y auto convencernos de un Dios que está de nuestro lado y para
nuestros intereses. Me gusta esta idea de sentir a Dios. Ahí no hay engaño.
Los sentimientos salen de lo hondo, nos dicen la verdad.
La fe es un don del corazón. Vamos a aprender a dejarla salir al
exterior. Porque nos hemos acostumbrado a manejarla según nuestras conveniencias.
Cuando alguien sufre la fe nos impide pasar de largo, cuando hay hambre la fe
nos invita a paliar esa necesidad, cuando alguien llora no podemos dar la
vuelta. Mejor dicho, sí podemos porque hemos adaptado nuestra mente para encontrar
justificaciones a nuestros comportamientos.
Hoy quiero apartarme de esa forma de actuar y quiero ver los sentimientos
que hay en mi corazón. Desde ahí mi vida
podrá cambiar.
Te invito amigo lector a que tú hagas lo mismo. Escucha a tu corazón.
H y MN
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