El
mejor momento que una persona puede dedicarse a si misma es el de la
meditación. Es tú momento, aquel en el que te dejas llevar a lo más profundo
del ser o en el que simplemente “preguntas” por todo aquello que te preocupa.
Yo suelo hacerme preguntas sobre mí y sobre mi vida, sabiendo que no
necesariamente obtendré una respuesta inmediata, pues con frecuencia, llegará a
lo largo del día o incluso de la semana. Esto supone permanecer muy atenta en
la vida cotidiana, para permitir que los momentos de inspiración, las
respuestas, surjan en cualquier momento mientras “escucho” la vida.
Una
de las respuestas más impactantes que he recibido, llegó mientras veía una
interesante serie británica. Dos personajes hablaban de la pobreza. La mujer
describía la pobreza física, la que todos podemos ver: escasez, suciedad,
marginación, tristeza… Pero el hombre mencionó otro tipo de pobreza, mucho más
peligrosa porque no se ve en el mundo exterior, pero desde el interior puede
paralizar toda una vida. Sus palabras, más o menos, fueron: “pobreza es no haber recibido nunca amor o
respeto; pobreza es no saber distinguir la diferencia entre un beso y una
bofetada”.
Y
al oírle, yo me sentí sumamente pobre… Y con estas frases mi mente me trajo
otras similares, tan duras como las anteriores, que repito en primer lugar:
-Pobreza es no haber recibido nunca amor o
respeto. Si en la infancia no se nos amó ni se nos valoró por lo que somos,
llegamos a la edad adulta como seres desterrados y ansiosos en busca de una
tierra propia que parece no llegar ni estar en ninguna parte. Podemos
convertirnos en unos pozos vacíos que por mucha agua que reciban jamás se
llenan.
-Pobreza es no poder
distinguir entre un beso, una palabra amable y una bofetada o un insulto o un
desplante. Sin
duda, esta fuente de miseria procede de la anterior, llevando a los “pobres” a
mendigar palabras amables o besos. Si lo que recibimos a cambio es desprecio o
bofetadas, no sabemos o no podemos discernir la diferencia, pues ambas cosas
vienen de esas “maravillosas personas” que de vez en cuando nos sonríen y que,
¡como no! valen más que nosotros, saben más y, además “se dignan” a dedicarnos
una migaja de su tiempo. ¡Cuánta bondad por su parte!
-Pobreza es estar convencidos que valemos lo
que tenemos o lo que damos, no lo que somos. Y en lugar de conocernos y
valorarnos, vamos por el mundo ejerciendo de sirvientes o esclavos solícitos,
entregando todo nuestro esfuerzo y todo nuestro tiempo en guerras que ni son
nuestras ni nos incumben, pero que importan a esas “maravillosas” personas que
tanto nos sonríen de vez en cuando (cuando la “labor” del “esclavo” es
competente, claro) pero que les importa un bledo si tienes un traspiés, si te
encuentras enferma o si hoy celebras un día especial.
-Pobreza es negarte, olvidar tus deseos y
necesidades para poner por delante los ajenos.
Todos
podríamos engordar esta lista, sin duda, pero creo que lo más importante es
darse cuenta de lo que sucede, de la miseria en la que estamos instalados. La
conciencia duele, pero es el primer paso para buscar el camino de la
riqueza. Dejemos pues que la conciencia
actúe, que nos diga con crudeza el estado en el que nos encontramos. Aceptemos
que somos pobres y con la aceptación iniciaremos el camino hacia la riqueza,
hacia el amor y el respeto por nosotros mismos.
Con
la conciencia activa, ser pobre es solo un estado pasajero.
Mª José
Brillante exposición. Toco lo hondo de la persona. Es ahí donde se logra la paz. Puedes pasar por una mala situación, disponer de medios económicos escasas, pasarlo mal porque no llegas a final de mes. Es grave. Pero más grave es que nadie te mire, que no te quieras, que sean nadie. Eso atenta contra la esencia de la persona. Setarcos.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho todo lo que dices, y me ha hecho reflexionar en profundidad, es algo que te hace pensar en los demas y tambien en ti mismo, en tu vida.
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