martes, 1 de octubre de 2013

LA VIDA ENTERA



 ¿Cuándo descubrirán ambos pueblos - ISRAEL y PALESTINA- que ambos se necesitan y que ambos están llamados a convivir en paz y solidaridad?.

Hay libros para tener en las librerías de casa, dan a nuestras habitaciones un aire intelectual e interesante. Hay otros para leer  y releer, para animar a otros a que los lean. Dentro de estos últimos está “la vida entera”, del escritor judío David Grosman.

El trasfondo de la novela es la historia inconclusa e inacabada de los relaciones del pueblo de Israel y el pueblo de Palestina. La obra refleja el cansancio de sus ciudadanos empeñados en no entenderse y no encontrarse, viviendo bajo el temor y la tensión diarias. O es la guerra o la intifada, Netanyaju o la autoridad palestina, el muro de las lamentaciones o la explanada de las mezquitas, las piedras palestinas o los muros de Ariel Sharon, los asentamientos o los controles policiales. Cientos de pretextos para pasear las hienas del odio y del resentimiento. ¿Cuándo descubrirán ambos pueblos que ambos se necesitan y que ambos están llamados a convivir en paz y solidaridad?.

La historia que nos cuenta Grossman es dedicada y sensible. Atractiva e interior. Una especie de encrucijada para resolver los nudos pendientes de nuestras tramoyas y afrontar con madurez nuestros propios sentimientos y olvidos.

Ora, la joven profunda y valiente, se encuentra en el hospital con Abram y con Ilan. Allí permanecen aislados curándose las heridas de guerra, fruto de la guerra del Sinaí, entre Israel y Egipto. Abram se enamora de Ora. Ora se acaba casando con Ilan y tienen dos hijos: Adam y Oler. Oler ha sido concebido en un encuentro amoroso pasajero entre Abram y Ora. Ilan lo sabe todo. Abram se niega a reconocer a su hijo y le pide a sus dos amigos- Ora e Ilan- que jamás hablen de ello ni digan nada. Que lo que no nos guste es mejor negarlo, ocultarlo y así pareciera que no existe.

El temor a que Oler no vuelva del servicio militar obligatorio, al que se ha visto obligado a reengancharse y después de separarse de Ilan y de Adam, empuja a Ora inicia un camino largo de reencuentro con Abram por las tierras del Norte de Israel, para hablarle de su vida, de su historia con Ilan, de su amor por Adam y sobre todo de Oler, el hijo de ambos, bajo la idea mágica de que mientras habla uno de la gente que quiere ésta está siempre a salvo.

Poco a poco le va desgranando su corazón y los dos – Abram y Ora- se van encontrando, enlazando, enamorándose a través de la vida de Oler, su hijo en común. Los dos temen su muerte su segura y no estando presentes en su domicilio nadie del ejército será capaz de darles la mala y esperada noticia: la muerte de Oler.

A veces nuestros temores no se cumplen.

Por más que neguemos la realidad – a Oler, hijo de ambos - , ésta es tozuda y una y otra vez vuelve a regurgitar. La historia que nos cuenta Grossman repite la vida del alguacil de aquel pueblo leonés que ante su propio cáncer terminal se negaba a hablar de él y rogaba a los suyos que trataran de ocultarlo; cuando se estaba muriendo logró confesar: “ni yo logré engañaros a vosotros, ni vosotros lograsteis engañarme a mi, porque todos sabíamos lo que estaba ocurriendo: me estaba muriendo”.

Toda la historia por parte de Abram responde al mecanismo de la negación: negar al hijo concebido: “Había preferido simplemente no pensar en lo que veía, cerrar los ojos, no comentar nada en voz alta, con la esperanza de que así todo volvería a su curso”. 

 Y volvemos al comienzo de nuestra reflexión, al endemoniado conflicto israelí palestino y las reflexiones de un niño pequeño asustado, Oler, ante un enfrentamiento sin final: “Yo no quiero ser judío, porque así todos nos matan o nos odian;... yo quiero ser inglés”. Era tal el temor que Oler sentía ante los enemigos de Israel que dormía de chiquito con una llave inglesa debajo de la almohada: “todas las noches hacía en su cama un fortín amurallado con libros, juguetes y peluches”. Otro miembro de la familia hace esta reflexión: “Habría que analizar cuál es nuestra parte de culpa en porqué todos se alzan contra nosotros”. “Hay soldados israelíes que creen que los árabes andan por ahí con un blanco en forma de triángulo en la cara, como en los entrenamientos”.
Si ellos dos – Sam, su chofer palestino y ella, Ora, judía – no son capaces de volver a ser amigos, puede que sea cierto que tampoco va a haber solución al gran conflicto en el que viven inmersos Palestina e Israel”, tensión permanente que empaña las relaciones entre el mundo árabe y el occidente.

Concluimos, junto a nuestra invitación a leer esta novela, a desvelar la declaración de amor de Abram a Ora en plena juventud:


“Ahora te quiero todavía más – le escribió desde el hospital con su mano izquierda- porque en el momento en que salté comprendí que mi amor por ti es ley natural, una premisa, un axioma, o como dicen nuestros primos los árabes, min albadiyat. Sin que tenga nada que ver tu situación objetiva. Ni siquiera va a importar que me odies, que te vayas a la luna o que, Dios no lo quiera, te hagas una operación de cambio de sexo. Siempre te amaré. Porque no va a poder tener remedio, no puedo hacer nada contra eso, a no ser que me maten/cuelguen/quemen/ahoguen o cualquier otra cosa que pongan fin a este curioso episodio se ha dado en llamar la vida de Abram” .

                                                             H y MN

1 comentario:

  1. ¡Qué historia tan difícil! Qué enrevesados son los asuntos. Cuánta complejidad. En el fondo falta fraternidad, hoy se le llama solidaridad. Setarcos

    ResponderEliminar