Pablo
d’Ors, sacerdote, consejero pontificio del papa Francisco; fundador de Amigos del
Desierto
El baño de la realidad
Anclados en
nuestras rutinas, fantaseamos con viajar al Himalaya, las Seychelles o el Taj
Mahal porque olvidamos que el viaje no es adónde, sino con quién... Y el primer
con q uién tiene que ser con uno mismo: descubrir el ahora en el silencio y que
estás aquí no para ser alguien, porque ya lo eres; ni para ser más que otros,
porque nadie es más ni menos que nadie. Para encontrarse a uno mismo, basta con
dejarse ser en el baño de lo real; más revelador que cualquier fantasía de
poder o escapismo. Para empezar ese viaje de tu vida, debes regalarte tiempo,
explica D’Ors en Biografía del silencio, y seguir técnicas de meditación
milenarias, pero aún imprescindibles para no acabar viviendo la vida de otros.
El hombre
sabio sintió que su final se acercaba y quiso morir en el bosque. Y sus
discípulos le siguieron y le pidieron que les dijera su última palabra. Y él
dijo: “¡Fuego!” y murió. Entonces, el bosque empezó a arder.
¿Cómo lo
entiende usted?
Es el poder
de la palabra. La palabra puede transformar la realidad, pero sólo el silencio
nos transforma a nosotros mismos.
Deme otro
kwan por resolver.
Hasta que no
seas el último y te sientas el primero no habrás resuelto tu kwan.
Ese tiene
eco cristiano y universal.
Los kwan son
acertijos taoístas que el maestro da al alumno, pero no para que los resuelva,
sino para que se resuelva a sí mismo.
El kwan te
piensa a ti.
Te piensas
en él y en sus siglos. La meditación no tiene por qué ser religiosa, pero es
más fácil practicarla en tradiciones milenarias como la cristiana, la budista o
la taoísta.
¿En qué se
parecen esas tradiciones?
Podemos
razonar los problemas con palabras; ellas enseñan a respirarlos en silencio.
¿Nos enseñan
a solucionarlos?
No es eso.
No intente aprovechar el tiempo; trate de entregarlo. La meditación no es para
el crecimiento personal; no es para aprovechar el tiempo; sino para regalártelo
a ti mismo o regalárselo a Dios si eres creyente.
¿Me regalo
un ratito de nada?
De silencio.
Porque sólo oyes la palabra en la medida en que es concebida en el silencio.
El silencio
escasea en esta era digital.
La
hiperconectividad nos dispersa la mente y genera hambre de silencio y de
desierto.
¿Perderse
para huir de las redes?
El desierto
en la tradición cristiana es metáfora del propio interior; en la zen es el
vacío.
¿Ir al
desierto es no hacer nada?
¿Qué es no
hacer nada?
¿...?
Muchos creen
que vivir intensamente es saciarse de mil experiencias, pero es al revés:
estamos hechos para la intensidad; no para la cantidad. Aprender a vivir es
dejar de soñar con nuestras aventuras para encontrarnos a nosotros mismos.
Yo creía que
no hay logros sin sueños.
A mí me ha
costado cuatro décadas aprender a dejar de soñar conmigo mismo. Pero ahora sé
que la meditación enseña a sumergirse en la realidad y a hacer lo que haces.
Sin mentiras ni sueños.
¿La fantasía
no ayuda a digerir lo real?
Soñar es
encerrarse en la prisión de lo irreal, pero no hay nada más liberador que la
realidad. La mejor fantasía es infinitamente peor que tu realidad cuando la
descubres. Meditar es sumergirse en la realidad y darse un baño de ser. Y,
créame, es un alivio.
Pues acaba
usted de acabar con el cine.
Al menos con
cierto cine escapista y con el último mito de Occidente: el amor romántico. El
amor auténtico no tiene nada que ver con el romántico, que lo espera todo; el
amor auténtico lo da todo sin esperar nada: es real.
Es que en
vez de encontrarse con otro ser humano hay quien espera la lotería.
El amor
romántico es esa falsa esperanza de que otro te dé de repente todo lo que te
falta en la vida. Por eso, porque es pura fantasía, se troca fácilmente en odio
o indiferencia.
Al cabo, era
una expectativa egoísta.
Esa
exaltación del amor romántico como argumento de venta provoca abismos de
desdicha en nuestra sociedad. Porque nadie puede darte todo lo que te falta si
no sabes encontrarlo por ti mismo.
¿Cómo?
La meditación
facilita esos vislumbres de lo real, que son sólo momentos que nos permiten
captar quiénes somos de verdad. Pero esos momentos no llegan con talento o
esfuerzo, sino con entrega: como llega el amor.
¿En qué
consiste su técnica?
Hay dos
modos de conocernos: el analítico y el sintético. El analítico requiere la
pala-bra; el sintético, el silencio. Son las dos caras de la misma moneda, pero
sólo la palabra fraguada en el silencio hace diana en el ser.
¿Pienso, es
decir, no pienso y ya está?
Al meditar en
silencio desenmascarará las falsas ilusiones. La mayor parte de nuestra energía
la malgastamos en expectativas ilusorias que desaparecen cuando las tocamos.
¿Cuál es la
peor ilusión?
El ego. Por
eso, cuando encuentras a quien sólo vive para adorar la ilusión de su ego...
Narcisos
tóxicos, los llaman ahora.
...te
entristeces y, en cambio, con sólo estar ante una persona auténtica,
rejuveneces.
Entrevistar
aquí a algunas es un goce.
Dejar de
adorar a tu ego es lo más difícil...
El silencio
–dijo aquí Melloni– no es la ausencia de ruido, sino la ausencia de ego.
El ego es
afán de posesión, pero a medida que te distancias de esa ilusión, vas madurando
y poco a poco ves con mayor claridad y se ilumina la realidad. Y así te vas
dando cuenta de que no necesitas ser importante; ni te hace falta ser más que
otros; ni siquiera ser alguien, porque ya lo eres todo: eres tú.
¿Ser
auténtico es ser generoso?
A menudo,
creemos que basta con dar...
¿No es eso?
...pero toda
ayuda resulta superficial hasta que descubres que yo soy tú; que tú eres yo y
que todos somos uno.
La Vanguardia
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