Esta foto de la Vía Láctea tomada una noche de verano en la
localidad de Salgotarjan, a 109 kilómetros al noroeste de Budapest (Hungría), nos
evoca a Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, que unos 400 años de
Cristo, enseñaba:
“Si se os
pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la
armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es
Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el
orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo”.
Una de las
más recientes teorías físicas describe a las partículas elementales, no como
corpúsculos, sino como vibraciones de minúsculas cuerdas, consideradas
entidades geométricas de una dimensión. Sus vibraciones se fundan en simetrías
matemáticas particulares que representan una prolongación de la visión
pitagórica del universo y la recuperación, en la más moderna visión del mundo,
de la antigua creencia en la Música de las Esferas.
Pero no
somos el centro de todo es, ni tan importantes como creemos desde el yo.
Nuestra vida es un parpadeo del Universo, una nota musical de la sinfonía. Un
parpadeo único, sí, irrepetible y cósmico en miles de años y espacios, pero un
solo parpadeo.
Cuando
desaparece mi personaje, ese ego mental que creo ser, despierto.
Escribe
Willigis Jäger: “Una vez más se me ha permitido y se me sigue permitiendo
experimentar que mi vida no representa otra cosa que un simple golpe de mar en
ese acontecimiento cósmico, y que lo que yo soy verdaderamente retornará sin
tiempo y sin forma a la infinitud de la que nació mi yoidad”.
Somos pues
una nota del pentagrama universal. Encontrar nuestra vibración en el universo
nos devuelve nuestro sitio en el Ser.
Cierra los
ojos y sumérgete en el instante presente. Conectas con tu realidad sin tiempo.
Te das cuenta de que eres uno con el cosmos y que todos los seres son pedazos
de ti mismo. Que la muerte no es muerte, es una transición de forma… Por eso es
un error convertir la santidad en otra forma de protagonismo para alimentar el
ego.
Perderse es
encontrarse. Entonces te percibes uva de racimo, gota entre millones de gotas
del mar, chispa de una sola luz, ínfimo lucero de un cielo estrellado. Y cambia
tu ser y tu compromiso con el mundo. Como certeramente encesta el mejor
baloncestista, da en la diana el arquero, crea el músico, cuando no es él, sino
la naturaleza, el Ser, a través de él. La armonía es nuestra manera de reencontrarnos,
y el Uno, mi olvidado apellido de familia.
Pedro Miguel LAMET, Soy armonía, en Revista 21.
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