Vista desde Fontanos |
Un día de estos estuve en un pueblo, no muy alejado de la ciudad, unos quince kilómetros. El día era caluros. Salí a las afuera y contemplaba el hermoso paisaje que desde allí se exhibía. De vuelta me crucé con un pastor, llevaba aproximadamente 15 ovejas que iba a encerrar porque era mediodía y el calor muy intenso. Llegué a su altura y no dije nada, me quedé mirando la acción. Él en un tono un poco arisco me dice: los buenos días no se le niegan a nadie. Inicialmente me dejó desconcertado. Reaccioné de inmediato, quise charlar con él, pero su tono hosco –posiblemente por no haberle saludado- lo impidió. El siguió guardando su rebaño. Yo me fui.
He pensado en esta anécdota y me ha hecho reflexionar sobre mi comportamiento. Cuando me aproximé a esa persona, para mi desconocida, no le saludé. No fue algo consciente. Fue el comportamiento natural de la ciudad donde solamente se saluda a los conocidos. ¿Estoy perdiendo la educación y la amabilidad? Desde luego soy consciente que en los pueblos esa primera aproximación, generalmente, se tiene con todos, conocidos y desconocidos. Esa persona me dio una lección.
La segunda reflexión me lleva al comportamiento de él. Me recriminó en tono hosco su comportamiento. Quizás con ello perdió la razón que le asistía. Esto me lleva a otro conclusión: cuando te dirijas a alguien, se amable. Si no lo haces perderás la razón. O dicho de otra manera no será posible la comunicación.
hERMOSA LECCIÓN, CON DOS CARAS
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