El papa Benedicto XVI, el miércoles pasado, continuó con la catequesis por el Año de la Fe, en el marco de la Audiencia general en la Plaza de San Pedro.
Siguiendo con este ciclo, antecedido por el tema del miércoles pasado sobre el deseo intrínseco del hombre de conocer a Dios, el papa explicó las maneras en que este hombre puede conocer a Dios.
Explicó así que, aunque “es Dios quien nos hace entrar en su intimidad, revelándonos y dándonos la gracia de poder acoger en la fe esa revelación”, existen formas que pueden abrir el corazón del hombre al conocimiento de Dios, mediante indicios que lo lleven a Dios. Y advirtió que “a menudo se corre el riesgo de ser deslumbrado por el brillo del mundo, que nos hace menos capaces de viajar esas rutas o leer esos signos (pero) Dios no se cansa de buscarnos, es fiel al hombre que ha creado”.
En la medida que el hombre es consciente de eso –añadió--, debe asumir su misión con alegría, “sintiéndola como propia, a través de una vida verdaderamente animada por la fe, marcada por la caridad, en el servicio a Dios y a los demás, y capaz de irradiar esperanza”, aún en un mundo que la entiende mal y la rechaza.
La fe en la historia de las ideas
Recordó también cómo en el pasado, en Occidente, a la sociedad se le consideraba cristiana, y se vivía en un ambiente donde “la referencia y la pertenencia a Dios fueron, en su mayoría, parte de la vida cotidiana (y) más bien, era aquel que no creía, el que debía justificar su incredulidad”. Sin embargo, hizo ver cómo hoy en nuestro mundo la situación ha cambiado “y, cada vez más, el creyente debe ser capaz de dar razón de su fe”.
En un rápido recorrido por la historia de la ideas, hizo ver cómo, a partir de la Ilustración, la crítica a la religión se ha intensificado y que la historia contemporánea se ha caracterizado también por la presencia de sistemas ateos. Esto se ha agudizado aún más en el siglo pasado, que “ha sido testigo de un fuerte proceso de secularismo, en nombre de la autonomía absoluta del hombre, considerado como medida y artífice de la realidad, pero reducido en su ser creado "a imagen y semejanza de Dios"”.
En tiempos más recientes, el papa identificó lo que es un fenómeno particularmente peligroso para la fe: el ateísmo "práctico", que tiene como finalidad no solo negar las verdades de la fe o los rituales religiosos, sino que los consideran “irrelevantes para la existencia cotidiana, separados de la vida, inútiles”. Por esto a menudo, insistió, “se cree en Dios de una manera superficial y se vive "como si Dios no existiera" (etsi Deus non daretur)”, lo que es una forma de vida “aún más destructiva, porque conduce a la indiferencia hacia la fe y hacia la cuestión de Dios”.
Fue muy claro en señalar que cuando el hombre está separado de Dios, se reduce a una sola dimensión que es aquella horizontal, por lo que identificó a este reduccionismo como “una de las causas de los totalitarismos que han tenido consecuencias trágicas en el siglo pasado, así como de la crisis de valores que vemos en la realidad actual”.
Porque cuando se oscurece la referencia a Dios, dijo, “también se ha oscurecido el horizonte ético, para dejar espacio al relativismo y a una concepción ambigua de la libertad, que en lugar de liberadora, termina por atar al hombre a los ídolos”.
Tres vías para centrarse en Dios y en el hombre
Ante este panorama de la historia de las ideas, cada una con su propia teoría, el papa advirtió que, “cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar, no encuentra más su lugar en la creación, en las relaciones con los demás”
Consciente de esta realidad, el santo padre aseguró que la Iglesia, “fiel al mandato de Cristo, no cesa de afirmar la verdad sobre el hombre y sobre su destino”, por lo cual el Catequista universal propuso que sea la misma Iglesia la que responda al ateísmo, al escepticismo y a la indiferencia, con una “dimensión vertical”, a fin de que el hombre de nuestro tiempo “pueda seguir cuestionándose sobre la existencia de Dios y a recorrer los caminos que conducen a Él”
Para esclarecer esto mencionó algunos aspectos, que según dijo, provienen de la reflexión natural, o del mismo poder de la fe, como son: el mundo, el hombre, la fe.
Sobre el mundo, invitó a devolverle al hombre contemporáneo “la capacidad de contemplar la creación, su belleza, su estructura (porque) cuanto más lo conocemos y más descubrimos sus maravillosos mecanismos, más vemos un diseño, vemos que hay una inteligencia creadora”.
En referencia a lo segundo, el hombre, “no (se) debe perder la capacidad de pararnos y mirar en lo profundo de nosotros mismos, y de leer esta sed de infinito que llevamos dentro, que nos impulsa a ir más allá y nos refiere a Alguien que la pueda llenar”.
Y sobre la fe, recordó que un camino hacia el conocimiento y el encuentro con Dios es la vida de fe. Porque es claro que “el que cree se une con Dios, está abierto a su gracia, a la fuerza del amor (y) su existencia se convierte en un testimonio no de sí mismo, sino de Cristo resucitado”. De este modo, quien vive esta fe, el testigo, “no tiene miedo de mostrarse en la vida cotidiana, está abierto al diálogo (..) y sabe cómo abrir luces de esperanza a la necesidad de la redención, de la felicidad y del futuro”.
Esta fue una clara invitación a los presentes a aceptar que la fe “es un encuentro con Dios que habla y actúa en la historia y que convierte nuestra vida cotidiana, transformando en nosotros mente, juicios de valor, decisiones y acciones concretas” y no solmente “(una) ilusión, escape de la realidad, cómodo refugio, sentimentalismo, sino que es el involucramiento de toda la vida y es proclamación del Evangelio, Buena Nueva capaz de liberar a todo el hombre”
Reiteró por ello que donde hay un cristiano o una comunidad laboriosa y fiel al designio de Dios, estos se convierten en “una vía privilegiada para aquellos que son indiferentes o dudan acerca de su existencia y de su acción, (lo que) pide a todos a hacer más transparente su testimonio de fe, purificando su vida para que sea conforme a Cristo.
Ante la comprensión limitada de la fe cristiana que se refleja en muchas personas, explicó que este fenómeno se da “porque la identifican con un mero sistema de creencias y de valores, y no tanto con la verdad de un Dios revelado en la historia, deseoso de comunicarse con el hombre cara a cara, en una relación de amor con él”.
Por ello, finalizó clarificando que el cristianismo, “antes que una moral o una ética, es el acontecimiento del amor, es el aceptar a la persona de Jesús” Y que es misión de todo cristiano y de las comunidades donde vive y celebra, “mirar y hacer mirar a Cristo, el verdadero camino que conduce a Dios”.
Cada vez veo más claro que el cristiano es aquel que se identifica con Cristo, que hace de su vida una relación viva con la persona de Jesús. Mucho más que una moral o un código de conducta. Estos traen causa de aquella relación.
ResponderEliminarLo más bonito para el hombre es saber que Dios no se cansa de buscarnos y esperarnos. Es alguien que nos quiere continuamente y no se cansa de amarnos. Isabel y Mateo
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