El miedo es un muro ante la vida que separa a quien eres de
lo que puedes llegar a ser.
Cuando tenemos miedo nos alejamos de nuestra realidad,
obviamos los datos que ésta nos ofrece, enturbia nuestras percepciones, nos
lleva irremisiblemente a la anticipación negativa, imprimiéndonos una
visión catastrofista que termina por convertirse en un círculo vicioso que nos
mantiene atrapados y arruina la posibilidad de movilizar nuestros recursos
personales. Nos sentimos como si jugáramos en el equipo contrario sin
posibilidad de marcar gol salvo en nuestra propia portería.
Algunos de los efectos del miedo son el bloqueo de nuestros
comportamientos, pensamientos y sentimientos, materializado en la
ansiedad que ocasiona un estado de tensión permanente y que puede
ocasionarnos la pérdida de control de las situaciones y de nosotros mismos, el
estrés inhibe y bloquea iniciativas, produce falta de motivación, indolencia y
pasividad,condiciones que impiden toda posibilidad de actuar con el
temple necesario para que la actuación resulte gratificante.
En cualquiera de los casos, el miedo produce un desposicionamiento
de la forma conocida de actuar.
EL MIEDO SURGE DE LA NECESIDAD DE MANTENER EL CONTROL
Creemos que controlamos lo que conocemos, sin embargo ante
situaciones nuevas entramos en un terreno que nos es desconocido y no
disponemos de un repertorio de respuestas preparado para afrontarlo, entonces
aparece el miedo ¿Qué hago ahora?, ¿Y si me equivoco?, Y si no lo hago bien?,
¿Y si me rechazan? Y así un sinfín de “Y sis” que forman un remolino en la
cabeza que nos produce angustia y desasosiego, sentimientos desagradables ante
los cuales podemos responder de diferentes maneras, evadir, ocultar, sustituir,
camuflar son solo algunas de ellas, con las que simplemente logramos fijar el
miedo y sobredimensionarlo, convirtiéndolo en un monstruo que intensifica
nuestras emociones.
La vida es inseguridad, por mucho que lo intentemos no
podemos controlarlo todo, cada momento es nuevo y diferente del anterior y no
hay modo de controlarlo, tenemos que decidir momento a momento porque solo en
ése estamos preparados para responder a lo que está en nuestro presente.
Uno de los momentos en los que estaba escribiendo este
artículo viajaba en tren, pensé que si el tren continuaba por sus raíles sin
duda llegaría a mi destino, entonces me di cuenta de que la vida no tiene
raíles ni destino prefijado, solo hay algo de lo que sí puedo tener certeza, el
final de la línea es la muerte, que no es más que otra forma de vida. Me alegré
al ser consciente, este descubrimiento despertó en mí la ilusión por estar
alerta para descubrir cada momento y acogerlo como único, aceptando las
inseguridades de la vida como intrínsecas a la vida, de este modo me resulta
apasionante vivir cuando tengo tantas cosas por descubrir.
María Guerrero escusa, psicoterapeuta
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