sábado, 9 de mayo de 2015

CONTIGO AQUÍ, SEÑOR

  


No, por favor;
que no me digan nada.
Porque vuelvo a encontrarte, Señor, como un milagro,
sin misterios ni fórmulas.

Porque te he visto, Señor, llegar con el silencio
que sube como un vaho
de allá de la hondonada.
Sin voces medianeras:
quizá el leve pajarillo como un viento,
la hormiga que afana,
y ese brote de hierba tembloroso
que alivia su ternura entre los surcos…
… Y el cielo, todo el cielo,
cruzado de rumores y de silbos,
de promesas de luna.
Aquí, junto a este pino
crecido de susurros antiguos,
de campanas remotas,
de espumas y de arena,
he sentido así, tan llanamente
tu mano generosa
posada en mis angustias; tan sencillo.

Que no me digan nada. Que no griten.
Porque vuelvo a encontrarte,  Señor –es el milagro-,
en la voz humillada y en las lágrimas,
en los Cristos vencidos que aun mendigan
fatigados de puertas y de siglos
la última limosna.

-¡Ay, qué espadas de arcángeles
jugando al escondite
aguardan tras esquinas invisibles!-

Y en el gesto de piedra de los hombres unánimes
que se inclinan pegados codo a codo
a recoger el llanto
del hermano y la úlcera.
En el triste alarido de los perros nocturnos…

Que no me digan nada.
Que no intenten llevarme.
Porque quiero cumplir mis aspavientos
mi destino de hombre:
retornar a la tierra,
ser tierra solamente,
tierno como ante los ojos,
como luego.
Deshacerme en la paz para siempre de la tierra
con la hormiga y el árbol,
con la abeja y la rosa,
con la voz reprimida de los hombres que sufren,
con el grito rehusado de los hombres que aman:
contigo ya, Señor:
es el milagro.


José María Osuna.

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